C A P I T U L O 9

Terminé mis estudios en el Colegio Nicolét en agosto de 1829. Fácilmente hubiera aprendido en tres o cuatro años lo que duré siete años estudiando. Nuestros profesores se ocupaban más en desperdiciar nuestro tiempo que en aumentar nuestro entendimiento. Tan pronto que la inteligencia, guiado por el Jesuita, haya ascendido al nivel de los pies del Papa, tiene que permanecer ahí, postrarse y dormir.

Aunque mi inteligencia se rebelaba muchas veces, me forcé a aceptar estas fábulas como verdades del Evangelio. Estas eran ocasiones de terrible lucha en mi alma. Recuerdo el día que expresé mis dudas a mi profesor de filosofía: —Cuando mi superior abusa de su autoridad sobre mí para engañarme con falsas doctrinas o si me manda a hacer cosas que yo considero ser malas o deshonestas, ¿No seré perdido si le obedezco?

El me contestó: —Nunca tendrás que dar cuenta a Dios por lo que te ordenan hacer tus superiores legítimos si ellos te engañan, siendo ellos mismos engañados, sólo ellos serán responsables. No pecas si sigues la regla de oro básica de toda filosofía Cristiana y perfección: humildad y obediencia.

Poco satisfecho, expresé mi inconformidad a varios de mis compañeros de escuela incluyendo a Joseph Turcot, quien más tarde llegó a ser Ministro de Obras Públicas de Canadá. El me respondió: ¡Entre más estudio lo que ellos llaman principios de filosofía Cristiana y lógica, más pienso que intentan convertirnos en asnos a todos nosotros!

Al día siguiente, abrí mi corazón a nuestro director, el Sr. Leprohon, a quien veneraba como un santo y amaba como padre. Apunté su respuesta: —Mi querido Chíniquy, ¿Cómo trajeron Adán y Eva todo el diluvio de males sobre nosotros? ¿No es porque elevaron su miserable razón sobre la de Dios? Ellos tendrían la promesa de vida eterna si hubieran sometido su razón a su Amo Supremo. Ellos se perdieron por rebelarse contra la autoridad de Dios.

Así es hoy también. Todos los males, los errores, los crímenes por los cuales el mundo está inundado, proceden de la misma rebelión de la voluntad y razón humana contra la voluntad y razón de Dios. Dios reina todavía sobre parte del mundo, el mundo de los escogidos, a través del Papa, quien controla las enseñanzas de nuestra infalible y santa Iglesia. Al someternos a Dios, quien nos habla a través del Papa, somos salvos y caminamos en las sendas de la verdad y santidad. Pero erramos y perecemos si ponemos nuestra razón por encima de la de nuestro superior, el Papa, quien nos habla personalmente o a través de nuestros superiores quienes han recibido de él la autoridad para guiarnos.

—Pero, —le dije, —si mi razón me dice que el Papa u otro superior, puesto sobre mí por él, está equivocado y me manda hacer algo malo, ¿No sería culpable delante de Dios si le obedezco?

—¡Imposible! —contestó el Sr. Leprohon, —porque el Papa y los obispos unidos a él, tienen la promesa de nunca fallar en la fe. Ellos no pueden guiarte en ningún error, ni mandarte a hacer nada contra la ley de Dios. Pero, supongamos que cometieran algún error o te obligaran a creer o hacer algo contrario al Evangelio, Dios no te contará como responsable si estás obedeciendo a tu legítimo superior.

Yo tenía que contentarme con esa respuesta, pero a pesar de mi silencio respetuoso, él me vio todavía inquieto y triste. Para convencerme, me prestó dos obras de De Maistre: “Le Pape” y “Les Soirees de St. Petersburgh”, donde encontré apoyadas las mismas doctrinas. El era honesto en sus convicciones, porque las había encontrado en estos libros aprobados por los “Papas infalibles.”

Yo sé que Roma puede exhibir cierto número de hombres inteligentes en cada rama de ciencia que han estudiado en sus colegios. Pero esos hombres extraordinarios, desde el principio, secretamente habían roto las cadenas con las cuales sus superiores intentaron atarlos. El noventa por ciento de ellos han sido perseguidos, excomulgados, torturados, y algunos aun asesinados, porque se atrevieron a pensar por sí mismos.

Galileo, uno de los hombres más reconocidos por la ciencia, era Católico-romano. Pero, ¿No le azotaron y le mandaron al calabozo? ¿No tuvo que pedir perdón a Dios y al hombre por haber pensado diferente del Papa en cuanto al movimiento de la tierra alrededor de sol?

Copérnico ciertamente fue uno de las luces más grandes de su época, pero fue censurado y excomulgado a causa de sus admirables descubrimientos científicos.

Francia, entre todos sus hijos dotados, no conoce un genio mayor que Pascal. El era Católico, pero vivió y murió excomulgado.

Estos alumnos de colegios Católico-romanos, de quienes los sacerdotes a veces se glorían tan imprudentemente, han salido de las manos de sus maestros Jesuitas para proclamar su sumo aborrecimiento por el sacerdocio y el papado. Ellos han visto con sus propios ojos que el sacerdote de Roma es el enemigo más peligroso y más implacable de la inteligencia, el progreso y la libertad.

Voltaire estudió en un colegio Católico-romano y probablemente fue ahí donde se valorizó para su terrible batalla contra Roma. El Catolicismo nunca se recuperará del golpe que Voltaire le dio en Francia.

Cuando vean a los colegios y conventos Católico-romanos elevar sus chapiteles arrogantes sobre algún cerro alto o en medio de algún valle verde, pueden esperar confiadamente que el auto-respeto y las virtudes varoniles de la gente pronto desaparecerán. La inteligencia, el progreso y la prosperidad pronto serán reemplazados por las supersticiones, la ociosidad, la borrachera, la ignorancia, la pobreza y degradaciones de toda índole. Los colegios y conventos son las altas ciudadelas de las cuales el Papa tira sus misiles más penetrantes contra los derechos y libertades de las naciones.

En los colegios y conventos de Roma es donde los alumnos aprenden que fueron creados para obedecer al Papa en todo, que la Biblia tiene que ser quemada y que la libertad tiene que ser destruida a toda costa.