C A P I T U L O 14

Si yo escribiera todos los trucos ingeniosos, las mentiras piadosas y perversiones de la Palabra de Dios usados para seducir a las pobres víctimas a meterse en la trampa del celibato perpetuo, necesitaría diez tomos grandes en lugar de un capítulo corto.

El Papa lleva a su víctima a la cumbre de un monte alto y ahí le muestra todos los honores, alabanza, riquezas, paz y gozo de este mundo, además el trono más glorioso del cielo y luego le dice: —Todas estas cosas te daré si postrándote a mis pies me prometes sumisión absoluta y juras a nunca casarte para servirme mejor.

¿Quién puede desechar cosas tan gloriosas? Pero las desgraciadas víctimas a veces tienen presentimientos de las terribles miserias que les esperan.
Acercándose a la hora fatal de ese voto impío, las víctimas juveniles frecuentemente sienten su corazón desmayar de terror. Con las mejillas pálidas, labios temblorosos y con sudor frío, preguntan a sus superiores: —¿Será posible que nuestro Dios misericordioso requiera de nosotros semejante sacrificio?

¡Ay! ¡Cómo se vuelven elocuentes los sacerdotes despiadados en pintar al celibato como el único camino seguro al cielo o en mostrar los fuegos eternos del infierno preparados para recibir a los cobardes y traidores que después de haber puesto su mano al arado del celibato, miran hacia atrás! Los inundan con mil mentiras piadosas acerca de los milagros hecho por Cristo a favor de sus vírgenes y sacerdotes. Les hechizan por numerosos textos de las Escrituras, aunque no tienen la más mínima referencia a semejantes votos.

El más extraño de esos abusos se hace usando Mateo 19:12: “Pues hay eunucos que nacieron así desde el vientre de su madre y hay eunucos que son hechos por los hombres y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto que lo reciba.”

En una ocasión, nuestro superior hizo un llamamiento muy urgente a nuestros sentimientos usando este texto. Pero el discurso aunque entusiasta, parecía deficiente de lógica. En la siguiente conferencia, después de pedir respetuosamente y obtener permiso para expresar nuestras objeciones, hablé de la siguiente manera:

—Querido y venerable señor, usted nos dijo que las palabras de Cristo, “Hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos.” nos muestra que tenemos que hacer el voto de celibato y hacernos eunucos si queremos llegar a ser sacerdotes. Nos parece que este texto en ninguna manera prueba que un eunuco esté más cerca del reino de Dios que aquel que obedece las leyes de Dios. Si no era bueno para el hombre estar sin esposa cuando era tan santo y fuerte en el huerto del Edén, ¿Cómo puede ser bueno ahora que está tan débil y pecaminoso?

—Nuestro Salvador muestra claramente que él no encuentra ningún poder santificador en el estado de eunuco. Cuando el joven rico le preguntó: “Buen Maestro, ¿Qué debo hacer para tener la vida eterna?” ¿Acaso le contestó el Buen Maestro en el lenguaje que oímos de usted hace dos días? ¡No! Le dijo: “Guarda los mandamientos”. ¿No diría lo mismo a mí también?

¿Dónde está el mandamiento en el Antiguo o el Nuevo Testamento que manda a hacer el voto de celibato? Cristo nunca menciona esa doctrina. ¿Cómo podemos entender las razones o la importancia de una obligación tan estricta y antinatural en nuestros días, cuando sabemos muy bien que los mismos santos apóstoles vivían con sus esposas y el Salvador nunca les reprendió por ello?

Esta libre expresión agarró desprevenido a nuestro superior. Me contestó: —¿Es todo lo que tienes que decir?

—No es todo lo que queremos decir, —respondí, —pero antes de seguir, agradeceríamos recibir de usted la luz que deseamos sobre las dificultades que acabo de manifestar.

—Has hablado como un verdadero hereje, —replicó el Sr. Leprohon con viveza desacostumbrada, —y si no esperara que hayas dicho estas cosas para recibir la luz, te denunciaría inmediatamente al obispo. Tú hablas de las Escrituras tal como hablaría un Protestante. Apelas a ellas como la única fuente de verdad y conocimiento Cristiano. Has olvidado las Santas Tradiciones cuya autoridad es igual a la de las Escrituras.

—Tienes razón en decir que la Biblia no impone los votos de celibato, pero lo encontramos en las Santas Tradiciones. El voto de celibato es ordenado por Jesucristo a través de su Iglesia. Las ordenanzas de la Iglesia comprometen a nuestras conciencias igual como los mandamientos de Dios dados en el monte Sinaí. No hay salvación para aquellos que no someten su razón a las enseñanzas de la Iglesia.

—No necesitas entender todas las razones por el voto de celibato, pero estás obligado a creer en su necesidad y santidad, puesto que la Iglesia ha pronunciado su veredicto sobre esa cuestión. No te corresponde discutir, porque tu deber es obedecer a la Iglesia así como los hijos sumisos obedecen a su madre benigna.

—Pero, ¿Quién puede dudar, cuando recordamos que Cristo ordenó a sus apóstoles a separarse de sus esposas? ¿No dijo San Pedro a nuestro Salvador, “He aquí, lo hemos dejado todo y te hemos seguido?” (Mateo 19:27) ¿No es el sacerdote el verdadero representante de Cristo en la tierra? En su ordenación, ¿No es el sacerdote hecho igual y en un sentido superior a Cristo? Porque cuando celebra la misa, él manda a Cristo y el mismo Hijo de Dios está obligado a obedecer. El tiene que bajar del cielo cada vez que el sacerdote le ordena. El sacerdote lo encierra en el sagrario o lo saca de ahí según su propia voluntad. Al llegar a ser sacerdotes, serán elevados a una dignidad más alto que la de los ángeles. El sacerdote tiene que levantarse a un grado de santidad mucho más alto que el nivel de la gente común, a una santidad igual a la de los ángeles. ¿No ha dicho nuestro Salvador, hablando de los ángeles: “No se casarán ni se darán en casamiento”? Puesto que los sacerdotes son mensajeros y ángeles de Dios en la tierra, ciertamente tienen que vestirse de santidad y pureza angelical.

—¿No dice San Pablo que la virginidad es superior al matrimonio? ¿No muestra este dicho del apóstol que el sacerdote, cuyas manos tocan diariamente el cuerpo divino y la sangre de Cristo, debe ser casto y puro, no contaminado por los deberes de la vida casada? Jesucristo a través de su santa Iglesia manda este voto a sus sacerdotes como el remedio más eficaz contra nuestra naturaleza corrupta.

—Gustosamente contestaré sus demás objeciones si tienen más, —dijo el Sr. Leprohon.

—Le agradecemos mucho sus respuestas, —le contesté, —y aprovecharemos su bondad para presentar algunas observaciones adicionales. Pero primero, gracias por aclarar que la Palabra de Dios no apoya a los votos de celibato, sino que solamente las tradiciones de la Iglesia dictan su necesidad y santidad. Nos parecía que usted deseaba que creyéramos que estaba fundado en las Santas Escrituras. Si nos permite, hablaremos de las tradiciones en otra ocasión y nos limitaremos hoy a los textos que usted mencionó a favor del celibato.

—Cuando Pedro dice: “Hemos dejado todo”, nos parece que no tenía la intención de decir que había abandonado para siempre a su esposa por medio de un voto. Porque San Pablo dice positivamente, después de muchos años, que Pedro todavía tenía a su esposa y que vivía con ella, no sólo en su casa, sino que viajaba con ella cuando predicaba el Evangelio. Las palabras de las Escrituras no pueden ser opacadas por alguna astuta explicación ni por ninguna tradición.

—Aunque usted ya sabe las palabras de Pablo sobre ese tema, permítame leerlas: “¿Acaso no tenemos derecho de comer y beber? ¿No tenemos derecho de traer con nosotros a una hermana por mujer como también los otros apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas?” (I Cor. 9:4,5) Al decir San Pedro: “hemos dejado todo” no podría significar que nunca viviría con su esposa como hombre casado. Evidentemente las palabras de Pedro significan solamente que Jesús tenía el primer lugar en su corazón y que todo lo demás aun los objetos más queridos como su padre, madre y esposa eran secundarias en sus afectos y prioridades.

—El otro texto que mencionó acerca de los ángeles no parece referirse al tema. Cuando nuestro Salvador habla de hombres que son como los ángeles y que no se casan, se refiere al estado de los hombres después de la resurrección. Si la Iglesia tuviera la misma regla para nosotros no tendríamos ninguna objeción. Usted nos dice que el voto de celibato es el mejor remedio contra las inclinaciones de nuestra naturaleza corrupta. ¿No es extraño que Dios nos dice que el mejor remedio que El había preparado contra esas inclinaciones está en las bendiciones del santo matrimonio? (I Cor. 7:2) Pero ahora nuestra Iglesia ha encontrado otro remedio más de acuerdo a la dignidad del hombre y la santidad de Dios: el voto de celibato.

Nuestro venerable superior, ya no pudiendo ocultar su indignación, me interrumpió bruscamente diciendo: —Lamento sumamente el haberte dejado seguir hasta aquí. Esto no es una discusión Cristiana y humilde entre Levitas jóvenes y su superior para recibir de él la luz que desean. Es una exposición y defensa de las doctrinas más herejes que jamás he oído. ¿No te da vergüenza intentar hacernos preferir tu interpretación de las Santas Escrituras a la de la Iglesia? ¿Es a ti o a su santa Iglesia que Cristo prometió la luz del Espíritu Santo? ¿Eres tú quien enseñas a la Iglesia o la Iglesia tiene que enseñarte a ti? ¿Eres tú quien gobernarás y guiarás a la Iglesia o es la Iglesia quien te gobernará y te guiará a ti?

—Mi querido Chíniquy, si no hay un gran cambio muy pronto en ti y en los que pretendes representar, temo mucho por todos ustedes. Muestras un espíritu de infidelidad y rebelión que me asusta. ¡Igual como Lucifer, te rebelas contra el Señor! ¿No temas los dolores eternos de su rebelión?

—Estas apoyando un error Protestante cuando dices que los apóstoles vivían con sus esposas de la manera normal. Es verdad que Pablo dice que los apóstoles tenían mujeres con ellos y que aun viajaban con ellas. Pero las Santas Tradiciones de la Iglesia nos dicen que esas mujeres eran vírgenes santas que viajaban con los apóstoles para ministrar a sus varias necesidades, lavando su ropa interior y preparando sus comidas como las sirvientas que los sacerdotes ocupan hoy. Es una impiedad Protestante pensar o hablar de otra manera. Pero una palabra más y he terminado. Si ustedes aceptan la enseñanza de la Iglesia y se someten como hijos obedientes a esa Madre Santísima, ella les levantará a la dignidad del sacerdocio; a una dignidad mucho más arriba de reyes y emperadores en este mundo. Si la sirven con fidelidad, ella les asegurará el respeto y la veneración de todo el mundo mientras vivan y les procurará una corona de gloria en el cielo.

—Pero si rechazan sus doctrinas y persisten en sus opiniones rebeldes y escuchan a su propia razón engañosa en lugar de la Iglesia al interpretar las Santas Escrituras, se convertirán en herejes, apóstatas y Protestantes. Llevarán una vida de deshonra en este mundo y serán perdidos por toda la eternidad.

Nuestro superior se salió inmediatamente después de estas palabras fulminantes. Después de su salida, algunos de los alumnos de teología se reían a carcajadas y me dieron las gracias por haber luchado tan valerosamente y ganado una victoria tan gloriosa; Pues, había confundido a mi superior, pulverizando todos sus argumentos. Dos de ellos, repugnados por la lógica absurda de nuestro superior, salieron del seminario pocos días después. Si yo hubiera escuchado a mi conciencia, hubiera salido del seminario el mismo día.

La razón me dijo que el voto de celibato era un pecado contra la lógica, la moral y contra Dios. Pero yo era un Católico-romano muy sincero. Más que nunca determiné no tener ni conocimiento, ni pensamiento, ni voluntad, ni luz ni deseos, sino solamente aquello que la Iglesia me daría a través de mi superior. ¡Yo era falible, ella era infalible! ¡Yo era pecador, ella era la esposa inmaculada de Jesucristo! ¡Yo era débil, ella tenía más poder que las grandes aguas del océano! ¡Yo no era más que un átomo, ella cubría al mundo con su gloria! Por tanto, ¿Qué podría temer en humillarme a sus pies, vivir su vida, fortalecerme con su fuerza, ser sabio con su sabiduría y santo con su santidad? ¿No me había dicho mi superior repetidamente que ningún error, ningún pecado me sería imputado mientras obedecía a mi Iglesia y andaba en sus caminos?

Con estos sentimientos de perfecto y profundo respeto por mi Iglesia, me consagré irrevocablemente a su servicio el 4 de mayo de 1832 al hacer el voto de celibato y aceptar el oficio de subdiácono.